El día de ayer, Netflix anunció su nueva serie de “anime”, Masters of the Universe: Revelation, que estará a cargo del cineasta estadounidense Kevin Smith. Para quienes estamos familiarizados con el término, parece extraño pensar que una “Netflix Original Anime Series” basada en personajes creados en Estados Unidos y realizada por un estadounidense sea considerada como anime. Pero esto plantea, sin duda, una cuestión interesante: ¿qué es lo que hace al anime ser “anime”? ¿Es su “denominación de origen”, por así decirlo?
Esa, probablemente, sería la respuesta más sencilla. Si es de Japón, es anime y si no, no. Pero entonces, ¿qué pasa con el cada vez mayor número de series que tienen en su staff a personas originarias de Corea del Sur, China o incluso gente de países occidentales? Dr. STONE, por ejemplo, acredita a Boichi, de origen coreano, como su ilustrador. Azur Lane fue originalmente creado por Shanghai Manjuu y Xiamen Yongshi, de China. Castlevania, la franquicia, es creación de Konami, una compañía japonesa, pero la serie de Netflix fue realizada por Adi Shankar, un cineasta indoamericano.
El anime: una breve genealogía
No hay un solo recuento histórico del anime (y el manga) que no pase por la figura de Osamu Tezuka. Es ampliamente conocido que Tezuka se interesó siempre por las películas animadas de Disney, pero también estuvo al tanto de lo que ocurría con la llamada “Nueva Ola” del cine francés y en sus historias trató de adaptar ese estilo cinematográfico al lenguaje estático. La estética que Tezuka imprimió en Astro Boy (y que luego se exportaría al anime) se convirtió en una marca distintiva de la que se desprendería todo un universo.
La estética del anime y el manga es su principal distintivo. Los ojos grandes, la inespecificidad étnica (muchos personajes no parecían japoneses, de modo que podían ser fácilmente exportados a otros países e incluso cambiarles el nombre, como muchas veces ocurrió) son sus principales cualidades y éstas se preservan hasta ahora. Y esa es, quizá, la parte más fácil de imitar.
Lo difícil, creo, radica en la variedad de sus historias y elementos de los que se nutre. Desde el propio Tezuka, el medio no se ha limitado a elaborar historias de buenos y malos para entretener a los niños, sino que elabora variedad de temáticas, dirigidas a distintos públicos. De esa necesidad surgieron series que mostraban a chicas con poderes mágicos y niños que capturan monstruos o persiguen fantasmas. Historias de viajes estelares y conflictos político-militares. Relatos de idols que buscan cumplir sus sueños y de protagonistas que se cuestionan la vida misma.
También se alimentaron de relatos provenientes de otras latitudes. Isao Takahata, por ejemplo, adaptó Heidi, la niña de los Alpes y Anne of Green Gables (Akage no Anne), cuyo origen eran novelas europeas. Dragon Ball, de Akira Toriyama, estuvo inspirada originalmente en una leyenda china. Saint Seiya es una peculiar amalgama de diversas mitologías. La historia de Genji, de Murasaki Shikibu, ha tenido adaptaciones tanto en anime como en manga. Personajes históricos como Nobunaga Oda y Hideyoshi Toyotomi han sido reimaginados de muy diversas maneras.
Para cada género y cada tropo hay una genealogía que puede trazarse hasta llegar, por lo menos, a varias décadas atrás. No se entenderían series como Re:Zero sin Magic Knight Rayearth, ni Puella Magi Madoka Magica sin Sailor Moon. Y ninguna de ellas sin Creamy Mami.
“A Netflix Original Anime Series”
A lo largo de los años, el anime se ha nutrido de diversas raíces y éstas se han desarrollado hasta ser lo que ahora atestiguamos. Seguramente seguirá transformándose en el futuro y la integración de talentos que no necesariamente nacieron en Japón contribuirá muchísimo a esa transformación. Pero esto no es lo que Netflix hace cuando etiqueta una serie como “A Netflix Original Anime Series” e incluye franquicias como Masters of the Universe, Castlevania, Cannonbusters o Seis Manos.
A principios de este mes, la propia plataforma lanzó un documental (que en realidad es un promocional mal disimulado) llamado Enter the Anime. En él, la pregunta “¿qué es el anime?” intenta ser respondida a través de breves entrevistas con creadores de series con la marca “A Netflix Original Anime Series” sin lograr nunca superar la idea estereotípica de que el anime es un mundo de gente rara, para otra gente rara.
Pero si Netflix entiende al anime de esa manera, es lógico que incluya producciones como HALO Legends o Rilakkuma y Kaoru y las equipare a Neon Genesis Evangelion o Violet Evergarden. Para Netflix, el anime es, simplemente, algo “diferente” y asume así una postura que no es muy distinta de la de los orientalistas de antaño. En ese sentido, Enter the Anime sirve más para hacerse una idea de qué es lo que Netflix entiende del anime, que como una introducción al tema. Es una declaración de principios.
En corto, llamarle “anime” a sus propias producciones que considera “diferentes” es tomar un atajo para atribuirse de la noche a la mañana las cualidades de un medio que ha venido construyéndose por décadas. O como pensar que Tom Cruise es, verdaderamente, el “último samurái”.