Llega Rambo: Last Blood, la última cinta de la franquicia del perturbado soldado John Rambo. En esta ocasión tenemos a un Rambo que ha logrado conseguir cierta paz, viviendo su vejez en la granja que le heredó su padre al final de “Rambo” (2008). Han pasado 11 años desde la última aventura, una vida con relativa calma para el veterano de guerra, mientras cría a Gabrielle, hija de su amiga María Beltrán.
Aún así los demonios internos de Rambo no se han ido. El sufrimiento, el remordimiento y la culpa del sobreviviente lo persigue. Su tiempo lo ocupa criando caballos y trabajando en una serie de túneles, como si esperando a que los fantasmas de sus enemigos lo encuentren y la guerra lo vuelva a alcanzar.
Gabrielle es la adoración de Rambo, la hija que nunca tuvo. Pero a quien ha criado como si fuera suya aunque ella lo llame tío. Un día Gabrielle es contactada por una amiga la cuál le dice que encontró el paradero de su padre, quién la abandonó a ella y a su madre hace varios años. Gabrielle decide ir a confrontar a su padre y a escuchar las razones de este. Lástima que no se imaginaba que este viaje se convertiría en una salvaje y violenta lección al ser secuestrada por un despiadado cártel de trata de mujeres.
Rambo, al enterarse que Gabrielle no ha regresado irá en búsqueda de ella desatando la furia que ha guardado durante años a la que no es ajena. Pero los años no pasan en vano…
En corto “Rambo: Last Blood” es un pretexto para que Rambo, una vez más encarnado por Sylvester Stallone, se vea envuelto en un conflicto que desembocará en espectaculares escenas de acción con altas dosis de violencia.
La historia es sencilla, pero es cruda y violenta. Si vas con ganas de ver a Rambo pateando traseros con un físico y resistencia envidiable a los 73 años la pasarás muy bien. Si estás consciente de que la mejor historia de Rambo es la primer entrega y que cada entrega subsecuente ha bajado su calidad también.