No tengo la menor duda de que Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba aparecerá en todos los conteos de lo mejor del anime de 2019 que veremos en los próximos meses y, para muchos, éste podría ser el Anime del Año. Con un aparato de producción sólido, que desde el principio auguraba grandes cosas, la serie mantuvo un nivel bastante razonable a lo largo de sus 26 episodios y terminó prometiendo grandes cosas para el futuro. No escatimó la acción, pero supo equilibrar también la comedia y la ternura.
Sin embargo, hay algo más que me parece que es importante destacar. El mundo que Kimetsu no Yaiba nos presenta es un que, a simple vista, fácilmente distingue lo bueno de lo malo. Hay demonios y éstos salen de noche para asesinar personas, comer su carne y beber su sangre. Su violencia no tiene límites. Los humanos, indefensos, no tienen más alternativa que guarecerse en sus casas y aun esto no es garantía de supervivencia. Es ahí donde los cazadores de demonios entran en acción, para empatar el juego.
Tanjirō, un cazador compasivo
De entre ellos se distingue Tanjirō Kamado, nuestro protagonista, cuya historia destaca ya desde el principio de la historia. Salvó la vida por pura suerte y toda su familia, con excepción de Nezuko, su hermana menor, murió asesinada por demonios. Y aun Nezuko no salió ilesa pues terminó convertida en demonio.
Decidido a recuperar a su hermana, Tanjirō se unió a las filas de los cazadores de demonios. Su objetivo va más allá de eliminar esta amenaza: lo que busca es encontrar a Muzan Kibutsuji, aquel que tiene el poder de crear demonios, para hallar la forma de recuperar a Nezuko.
Justo en ese punto de partida es donde Kimetsu no Yaiba comienza a tejer el hilo de un argumento mucho más interesante del que aparece a simple vista. En primer lugar, la existencia de Nezuko subraya que los demonios empezaron siendo humanos. En segundo, que cada uno de ellos sigue llevando consigo el peso de sus ansiedades humanas.
La serie se apoya en dos elementos para poner esto ante nuestros ojos. El primero es, naturalmente, los recuerdos de los demonios mismos. Al momento de morir, los demonios suelen recordar cómo llegaron hasta ese punto y viven con la mayor intensidad sus ansiedades y anhelos. Así sabemos que Kibutsuji, que está detrás de todo, lucra con las grietas psicológicas de sus víctimas y extiende el abuso al que las somete. No son pocos los que, en la espada de Tanjirō, encuentran la libertad.
El segundo, menos evidente, es el sentido del olfato de Tanjirō. Siendo su única cualidad ‘sobrenatural’, Tanjirō es capaz de detectar presencias a través del olfato, pero también estados de ánimo. Así es como sabe que detrás de la aparente tranquilidad de Shinobu hay una furia incontrolabe o que la frialdad de Tomioka esconde un corazón amable. Pero también así es como sabe que la sed de sangre de los demonios que enfrenta disimula la frustración, la tristeza, el duelo, la envidia, la culpa y muchas otras emociones humanas. Y se compadece de ellos.
Esa compasión hace de Tanjirō una excepción. Hacia el final de Kimetsu no Yaiba, cuando él, Zenitsu e Inosuke son rescatados tras la batalla con Rui, se nos presenta a los llamados ‘pilares’, los guerreros más importantes de entre los cazadores de demonios. El encuentro entre ellos y Tanjirō es más bien álgido, toda vez que los pilares están decididos a decapitar a Nezuko y ni siquiera el misterioso líder de la organización parece capaz de convencerles de lo contrario.
Una guerra deshumanizante
En un capítulo posterior, somos testigos de una breve reunión entre los pilares y el líder. En esa conversación los escuchamos quejarse de sus compañeros de rangos inferiores, a quienes consideran fundamentalmente incapaces. También se nos da cuenta de su postura implacable ante los demonios, pues consideran, en general, innecesaria la compasión que siente Tanjirō. Son soldados, encrudecidos por la guerra y las heridas, frustrados por sus fracasos y en duelo permanente por sus pérdidas. Es natural que no sientan simpatía por sus enemigos.
Por otro lado, en el capítulo final atestiguamos una escena que no sólo es semejante, sino que probablemente ocurre al mismo tiempo. Visiblemente molesto por la derrota de Rui, Kibutsuji reúne a los seis rangos bajos de entre sus doce elegidos y a todos, salvo uno, los extermina. La ira de Kibutsuji está cifrada en los mismos términos que la de sus enemigos: el equilibrio de poder entre los demonios y los cazadores es demasiado parejo.
La guerra entre ambos bandos ha durado siglos y ha desgastado la humanidad de ambas partes. Los demonios, que nunca olvidan lo que se sentía ser humanos, viven su eternidad con amargura, haciendo pantomimas de cotidianidad y proveyendo de sangre a un maestro que buscan complacer, pero más por miedo que por lealtad. Los cazadores transitan entre los dos extremos que hay entre la cobardía y la temeridad, olvidando que la violencia que son capaces de ejercer los hace iguales a sus enemigos. Su maestro no es un tirano absoluto, a menos que nos demos cuenta de que el verdadero maestro de cada uno está en el interior y se alimenta de sus miedos.
Entendiéndolo así, la existencia de Tanjirō y Nezuko es providencial. Los hermanos representan un puente entre ambas trincheras y es tan inaceptable para unos como para otros, que a través de los siglos sólo han sabido alimentar el odio. Y es natural: asomarse al abismo es, parafraseando a Nietzsche, dejarse absorber por él. Pero Tanjirō y Nezuko no pueden funcionar con esa lógica y es por es que, están destinados a acabar tanto con los demonios como con los cazadores.
Demon Slayer: Kimetsu no Yaiba se basa en el manga original de Koyoharu Gotōge, que se publica en Japón desde 2016. La adaptación animada se transmitió en las temporadas de primavera y verano de este año y se encuentra disponible mediante el servicio de Crunchyroll. El sábado pasado se dio a conocer que la historia continuará con una película.