El fin de semana pasado finalmente se estrenó INU-OH, la producción más reciente de Science SARU y el director Masaaki Yuasa. Una película estrambótica, colorida y llena de magia, pero que, pese a todas sus virtudes, difícilmente iba a lograr atraer a un público acostumbrado a historias de otra índole.
La historia y la fantasía se mezclan
A través de esta cinta, Yuasa nos cuenta la historia de dos artistas olvidados por la historia, Inu-Oh y Tanoma. Ambos son atravesados por una maldición cuya fuente última es la historia de Heike; el legendario clan guerrero que pereció algunos siglos antes y cuya tragedia dejó profundas huellas. En este punto, el shogun Yoshimitsu Ashikaga busca solidificar el control de su clan sobre el país. Por eso es que las historias del clan caído que Inu-Oh y Tanoma cuentan a través de sus espectáculos se convierten en un obstáculo.
Resulta interesante pensar en cómo algunas narrativas pueden llevar en sí mismas elementos subversivos. Esto al punto que su sola existencia se percibe como una amenaza tanto en el nivel sistemático, como en el personal e íntimo. En el nivel sistemático, el ascenso y caída de Heike se asocia con una contravención del orden establecido en el que los guerreros ocupan un lugar preponderante, incluso por encima del emperador.
Historias que trascienden eras
Quienes vieron la serie de Naoko Yamada, The Heike Story, sin duda recordarán que al final de la guerra con el clan Genji, el emperador Antoku, de sólo 6 años de edad, es arrojado al mar para preservar así los Tesoros Imperiales. Estas reliquias, que dan legitimidad a la casa imperial, es lo que Yoshimitsu busca obtener para así inclinar la balanza en favor del su régimen. Por eso es necesario que el clan Heike se represente como un villano. Las canciones de Inu-Oh, en cambio, hablan de la gallardía y honor de sus guerreros y sus mujeres, que antes entregaron la vida que la dignidad. Todo depende, claro, del cristal con el que se mire.
Yuasa no descuida tampoco el elemento personal. Aunque sus apariciones no son numerosas, Yoshimitsu se representa como un gobernante caprichoso, que cela la popularidad de Inu-Oh y el detrimento que ésta causa a su compañía teatral favorita. Además, la historia se desarrolla en la época que vio surgir el teatro Noh y no fue otro que el propio Yoshimitsu quien favoreció a Zeami para que fuera su arte el que prevaleciera por encima de otros.
Con ese contexto es que se nos dibuja la historia de Inu-Oh y Tanoma que, como señalé antes, cada uno por su cuenta viven atravesados por la maldición de los Heike. Para ellos, contar sus historias es también una forma personal de liberación. Sin embargo, aun en su alianza, ambos personajes no podrían ser más distintos. Ante la amenaza de la muerte Tanoma se rige por la búsqueda de su propio ser a través del arte, en tanto que Inu-Oh se contenta contenta con el vínculo que les une en tiempo presente. Y pese a todo, al final ambos son presas de un ente mucho mayor y más despiadado, que lo mismo borra la historia que a los hombres que la cuentan.
Una doble tragedia
A la tragedia de Inu-Oh, el personaje, se suma la tragedia de INU-OH, la película, que, pese a su extraordinaria calidad visual y narrativa, no logró atraer la suficiente atención del público. La más reciente película del director Masaaki Yuasa tuvo un modesto paso por las taquillas de nuestro país. De nada le valió estar entre las candidatas a Mejor Película Animada por los Golden Globes. Una pena.