Hay un dicho italiano que reza traduttore, traditore —traductor, traidor— que hace referencia a una de las principales dificultades del acto de traducir: conservar el mensaje siendo fiel a dos amos simultáneos, semejantes, pero distintos. Traducir es, necesariamente, transformar algo en otra cosa, esperando que siga siendo reconocible y, al mismo tiempo, diferente.
Para mí, las adaptaciones son una suerte de traducción. Se empeñan en transformar una historia concebida y presentada mediante los límites propios de un medio, para llevarla a un territorio distinto, que sólo tiene en común con el primero su función relatora. Como en la traducción, la adaptación corre el riesgo de traicionar a su fuente haciéndola perder su esencia. Son muchos los riesgos que corre: con sólo equivocar el lugar en el que el acento ha de ponerse, la adaptación puede acabar creando una obra diferente, irreconocible.
No es esa la intención, sin embargo. Lo que la adaptación busca es, casi siempre, enriquecer una historia proveyéndola de un ámbito que el papel y la tinta no tienen. Llenar el ambiente de color, voces, música y movimiento. Es, en última instancia, un director y su equipo uniendo su voz a la de un autor, tratando de crear armonía.
Los temas que toca esta cinta son muchos. Tantos que es muy difícil abarcarlos todos como no sea en largas discusiones sobre el papel que cada uno de los personajes tiene en este drama que transita del odio infundado a la penitencia y la redención. Y es que, si algo hace que esta historia llegue a tantos corazones son sus personajes.
En líneas generales, el argumento es como sigue: Shouya Ishida, en su sexto año de primaria, conoce a Shouko Nishimiya, una chica con severos problemas auditivos. Este encuentro marcaría un antes y un después en la vida de Shouya: de ser un simple chiquillo travieso y bullicioso, terminó por ser señalado como un acosador y repudiado por toda la escuela. Pero, ¿qué pasó? ¿Cómo fue que las cosas escalaron tanto?
No hay una sola respuesta, pero la cinta ofrece muchos elementos que, vistos con atención, revelan una realidad sobre el acoso escolar: que es un problema social. Shouya, movido por la curiosidad, se acercó a Shouko de la misma manera en que lo hacía con todos los demás: molestándola. Pero ella no era como los demás; no podía responderle de la misma manera y tendía a malinterpretarlo todo. Confundía la violencia con acercamientos, insistía hasta la exasperación en ser amiga de quienes claramente la rechazaban… A todo respondía con una débil sonrisa y una disculpa. Sólo Miyoko Sahara se interesó por aprender el lenguaje de señas y convivir con la recién llegada, pero pronto fue objeto de las mismas burlas y dejó de ir a la escuela.
Entretanto, Shouya intensificó el acoso al que la sometía al punto de arruinarle casi una decena de aparatos auditivos (dejándole, en el proceso, una herida en un oído). Sus compañeros, Ueno, Shimada, Hirose y Kawai, cada uno a su manera, fungieron como cómplices del acoso y luego, cuando la madre de Shouko reclamó a la escuela que tomara acciones, ellos mismos (especialmente Shimada y Kawai) fueron los primeros en señalar a Shouya como el único perpetrador.
La cinta muestra claramente cómo en una situación de acoso escolar, aun si hay un solo perpetrador, la complicidad o pasividad de los demás sirve para alentarlo a continuar. En este caso, no sólo los compañeros de Shouya participan de esa manera, incluso las autoridades de la escuela —es decir, los adultos— hacen la vista gorda al problema y son los primeros en tomar acciones en cuanto puede identificarse a un chivo expiatorio apropiado.
Tras la salida de Shouko de la escuela, Shouya enfrenta su culpa desde varios frentes. Por un lado, Shimada se convierte en el líder de un nuevo movimiento de acoso del que Shouya es víctima y ante el que está por completo indefenso y sin aliados (como Shouko estuvo antes). Por el otro, su madre, que es una persona por demás afectuosa y trabajadora, se ve forzada a dar la cara por su hijo y ofrecer disculpas a la mamá de Shouko, así como reponer el costo de los aparatos auditivos: un millón setecientos mil yenes (alrededor de quince mil dólares). Y, sin embargo, no lo reprendió ni castigó; sólo le dijo que a partir de ese momento debía ser una persona diferente.
El personaje de Shouya se construye mediante la culpa. La historia se cuenta partiendo de ese sentimiento, cuyos efectos nos son mostrados desde la primera secuencia, varios minutos antes de sus razones. Casi todo lo que Shouya hace se explica como resultado de esa culpa: su soledad, su incapacidad para mirar a nadie a la cara o escuchar claramente sus voces, los años dedicados a trabajar con el único propósito de devolver el dinero a su madre e incluso aprender el lenguaje de señas con el secreto propósito de buscar a Shouko y ofrecerle, personalmente, disculpas.
Así, es muy esperanzador que su primer gesto no sea disculparse y despedirse para siempre, como tantas veces lo había ensayado, sino devolverle el cuaderno maltratado que ella solía usar para comunicarse con los demás y pedirle que fueran amigos. Es un comportamiento contradictorio, que da cuenta de un anhelo que quizá mantuvo oculto por demasiado tiempo: el de encontrar un camino hacia la redención. El cuaderno es evidencia tangible del acoso que ella sufrió y, casualmente, terminó siendo uno de los muchos receptáculos del abuso que él mismo padeció después. Es como si hubiese querido decirle que ahora ya podía entenderla, que sabía bien todo por lo que la había hecho pasar. Por otro lado, al pedirle que fueran amigos, Shouya usó los mismos gestos (el lenguaje de señas) que ella, varios años antes, había empleado tratando de acercarse a él. Ahora, finalmente, hablaban el mismo lenguaje.
Sin embargo, en este punto surge una pregunta de lo más pertinente: ¿tiene Shouya derecho a pedir perdón? ¿Tiene Shouko derecho a concederlo?
Las primeras en responder negativamente a esta cuestión serían, naturalmente, su madre y Yuzuru, su hermana menor. La señora Nishimiya tiene muy clara su posición: la bofetada que da a Shouya no deja lugar a dudas. Ella, que siempre se ha esforzado por hacer de su hija una chica fuerte, independiente, ‘normal’. No puede sino resentir al chico, pues sus acciones enfatizan todo lo que ella ha tratado de hacer a un lado; en esencia, que su hija es diferente.
La actitud de Yuzuru, aunque está motivada por el mismo problema de fondo, tiene un motor diferente. Ella ve a su hermana como alguien indefenso, a quien hay que proteger. Son muchas las cosas que hace con ese propósito, pero su brújula siempre es su hermana. Si puede llegar a aceptar a Shouya es, en parte, porque la sabe feliz de reencontrarse con él.
Con esto quiero subrayar que ni siquiera al interior de la familia Nishimiya hay consenso en torno a cómo debe tratarse a Shouko y su discapacidad. Aún si son distintas (tanto en espíritu como en expresión), sus intervenciones revelan que la sordera es suficiente para considerar que Shouko no es realmente apta para tomar sus propias decisiones y hacerse cargo de su vida por sí sola. Volveré a esto más adelante.
¿Qué hay de los demás implicados?
Presentar estas posturas paralelas era uno de los retos principales del relato. De no hacerlo, se habría limitado a ser una historia cursi, sin más mensaje que el de que ‘el amor todo lo puede’, La habría hecho irrelevante.
La reintroducción de varios de sus compañeros del pasado ocurre, en primer lugar, como resultado del deseo de Shouko de volver a hablar con Sahara. Ella, que había sido la única que alguna vez se había interesado por cultivar su amistad, reapareció convertida en una adolescente alta, todavía insegura de sí misma, pero bien dispuesta a recuperar el tiempo perdido. Movida por una culpa parecida a la de Shouya, ella también había seguido estudiando el lenguaje de señas.
Luego se unió Miki Kawai, que seguía siendo compañera de clases de Shouya (aunque no se hablaban). Kawai, que era la representante de la clase en la primaria, había sido una de las que más insistentemente señaló la culpabilidad de Shouya en el abuso. Cuando Shouya se defendió acusándola de participar con risas y burlas, Kawai reviró con lágrimas que no hicieron sino acabar de sepultar la reputación de Shouya. Ya como adolescente, Kawai está interesada en su compañero Satoshi Mashiba, un chico de buena índole y gran sentido de la justicia que, a su vez, tiene cierto interés en entablar amistad con Shouya. Este doble interés hace que Kawai se reencuentre con Shouko.
Kawai representa un papel relativamente menor, pero no por eso menos problemático. A diferencia de Sahara, que admite sin reservas su cobardía, Kawai está mucho más interesada en preservar su buena imagen que en reconocer con justicia su papel en el drama. Shouya no mentía cuando la acusó de haber participado de las burlas y su respuesta sigue sin variar: cuando las cosas vuelven a ponerse tensas, no tarda en proyectar la culpa en él. Esta actitud, de hecho, contribuye de manera importante a minar la naciente relación entre Shouya y Mashiba.
Caso contrario es el de Tomohiro Nagatsuka. Como Mashiba, Nagatsuka es completamente ajeno al drama del pasado y si toma el partido de Shouya con tanto fervor es porque lo único que conoce de él es su faceta amable y desprendida, así como el intenso cariño que tiene por Shouko.
Pero quizá el papel más complejo de describir es el de Naoka Ueno. Ella es la única que se atreve a culpar a Shouko de lo ocurrido y a desear, abiertamente, jamás haberla conocido. Su postura es un tanto injusta y trazada a conveniencia, pero no por ello del todo falsa. Después de todo, es verdad que antes de conocer a Shouko la vida de todos ellos era relativamente apacible. A Ueno la mueven dos cosas: por un lado, el cariño que siempre tuvo a Shouya y, por otro, los incontrolables celos que le inspira Shouko. Desde las primeras escenas es obvio que Ueno está muy interesada en Shouya. Lo mira de soslayo, celebra sus payasadas, le provoca a persistir… En la escena de la acusación, sin embargo, Ueno también lo abandona. No es tan enfática como Kawai o Shimada, pero tampoco niega los hechos ni reconoce su parte. Cuando Shimada y compañía inician su propia campaña de abuso contra Shouya, Ueno permanece distante, pasiva. Nunca lo olvidó, pero tampoco se atrevió a buscarlo. Así, Ueno transita en un papel sumamente contradictorio y difícil: es quien mejor preparada podría haber estado para comprender la motivación y deseo de Shouya por redimirse, pero su desprecio por Shouko no se lo permite.
No obstante, pese a que el rechazo a su compañera tiene motivaciones íntimas, muchas de sus críticas a Shouko no son del todo injustas. Es verdad, por ejemplo, que Shouko se imponía a los demás usando su discapacidad como excusa. Que nunca hizo un esfuerzo real por comunicarse con los otros y que sus ‘malentendidos’ no eran sino expresión de cierta cerrazón, de no querer mirar de frente su realidad. Es decir, que se refugiaba en el hecho de que era diferente, para forzar su amistad a los demás.
Con esto no quiero decir que la actitud de Shouko fuera la causa del abuso que sufrió. En ese sentido ella de verdad fue una víctima. Pero eso no obsta para reconocer que su manera de vincularse no invitaba realmente a la amistad y que Ueno tomó ese aspecto suyo para transformarlo en su propia excusa.
Ueno es totalmente irracional al culparla de lo que había pasado a Shouya. El abuso ocurrió y él de verdad fue el principal perpetrador. Los demás fueron sus cómplices. Ueno aprendió a proyectar su propia culpabilidad en Shouko y evolucionó en un mal disimulado deseo de que desapareciera. Es por eso que se burla tan insistentemente del deseo de Shouya por redimirse, pues ella sólo es capaz de ver en ese gesto hipocresía.
Así, en el fondo, Ueno no estaba tan equivocada. No sólo Shouya albergaba incertidumbres sobre la honradez de sus motivos, Shouko también guardaba en su corazón la duda de si no sería mejor desaparecer. Como suele ocurrir con las víctimas, Shouko había hecho propio el discurso de que ella era la culpable de todo lo que le pasaba. Es posible ver esto a través de los flashbacks de Yuzuru; momentos en los que, sucia, golpeada y llena de lágrimas, Shouko se preguntaba qué hacía ella para ser objeto de tanto odio.
Puestas las cosas en esos términos, no es difícil entender por qué Shouko intentó suicidarse. Terminó por asumir como propia la culpa de Shouya y a creer que su desaparición liberaría a todos de sufrimiento.
Curiosamente, esta situación límite es lo que lleva a mostrar los verdaderos colores de ambas rivales. Ueno tuvo, por fin, la oportunidad de hacerse cargo de su propia culpa pasando largas horas cuidando de Shouya en el hospital. Incluso pudo vengarse de Shouko, primero con golpes e insultos y luego negándole el acceso a la habitación donde Shouya, inconsciente, se recuperaba.
Shouko también lo entendió. Asumió que su sordera e incapacidad para hablar en voz alta no era realmente ningún impedimento para que ella pudiera comunicar lo que sentía y lo que quería. Así que hizo lo que pudo por redimirse ella también: asumió su responsabilidad en el drama. Tocó turno a ella y su familia de ofrecer disculpas a la señora Ishida y lo hicieron de una manera que a mí me parece por demás impactante: de rodillas, con la frente pegada al suelo.
Pero no se limitó a eso: Shouko también restableció los lazos que tanto trabajo había costado a Shouya construir y sentó las bases para una vida que no estuviera definida por la culpa y el remordimiento. Incluso reconoció abiertamente su animadversión con Ueno y no trató de forzarla más a ser amigas. Entendió, creo, que un rechazo honesto vale más que una falsa amistad.
Sus esfuerzos tuvieron recompensa. Con ella a su lado, sabiéndose finalmente redimido, Shouya pudo volver a ver a los demás a los ojos y escuchar sus voces claramente. Pudo aceptar a quienes, pese a sus flaquezas, eran sus amigos. La voz silenciosa que tantos años había clamado perdón había sido finalmente escuchada.
Con esta cinta, Naoko Yamada (K-ON!, Tamako Love Story) se apuntó un triunfo más en su brillante carrera como directora. Es evidente que la manufactura de esta adaptación se hizo con la más cuidadosa atención a los detalles, tratando de preservar tanto como fuera posible los elementos que hicieron de su fuente uno de los mangas más leídos de su momento. Es notable que Yamada y su equipo trataron de dejar fuera los menos detalles posibles y eso hizo que la construcción de algunos personajes no destacara del todo sus matices.
Por lo demás, como traté de exponer en este texto, los temas que la historia plantea convergen en el abuso y la redención, pero parten de motivaciones y posiciones muy diversas. Esta convergencia resulta, en un primer momento, en el abuso del que Shouya hace objeto a Shouko, pero también muestra que su naturaleza no necesariamente tiene por qué ser maligna: los mismos elementos, en un momento diferente, pueden converger en un escenario de amistad, aceptación y comprensión del otro y, desde luego, perdón.