En Japón, las dos religiones más importantes son, en términos muy generales, el sintoísmo y el budismo. Como sistemas de creencias, ambas son bastante complejas. El sintoísmo, presente en Japón desde el principio de su historia, tiene como centro a los kami. Los kami son deidades cuyo espíritu reside en el mundo mismo en que vivimos: las piedras, los árboles, las rocas y los ríos pueden ser manifestaciones de esos espíritus. En los registros más antiguos (es decir, el Kojiki y el Nihonshoki, compilados en el siglo VIII de la Era Común) se detalla que las islas de Japón son hijas de dos kami primordiales, Izanami e Izanagi. La numerosa progenie de estos kami incluye también a Amaterasu que, como muchos saben, es la kami asociada al Sol y ancestro de la familia imperial. Los recintos asociados con el sintoísmo reciben el nombre de santuario o jinja (神社).
El budismo, por su parte, surgió en el Sur de Asia alrededor del siglo VI antes de la Era Común. Su influencia se extendió y diversificó progresivamente hacia el Este de Asia, llegando a Japón entre el siglo V y VI de Nuestra Era. En esencia, el budismo cree que el Universo está gobernado por un ciclo de constantes repeticiones en el que las almas de los seres sintientes encarnan una y otra vez. La energía que promueve la repetición es el karma y éste, a su vez, es la consecuencia última del Deseo. De acuerdo con la carga kármica que uno lleve consigo, la reencarnación lo llevará a los infiernos o a los paraísos; a ser torturado en una vida y reverenciado como un dios en otra. Aunque a veces provee placeres, el Universo y sus repeticiones en realidad conllevan sufrimiento inagotable del que sólo se puede escapar mediante el Despertar; es decir, convirtiéndose en un Buda y pasar al Nirvana.
Dentro de esta tradición, hay una figura particularmente interesante: los bodhisattva. Los bodhisattva son seres que, movidos por la compasión y aun habiendo alcanzado la naturaleza búdica, permanecen alrededor del ciclo kármico para ayudar a millones de almas a soportar su sufrimiento y, eventualmente, Despertar. De entre los bodhisattva más venerados en Japón están Kannon (a quien está dedicado el Senso-ji de Asakusa), Jizo y Amida (representado con una gran estatua en el Kotoku-in de Kamakura). En Japón, los recintos asociados al budismo reciben el nombre de templo o tera (寺).
Como es natural, ambas cosmovisiones han sido expresadas en numerosas ocasiones en anime y manga. En esta ocasión me concentro en el caso de Madoka (Puella Magi Madoka Magica), a quien muchos suelen identificar como un kami. Mi opinión es que, si analizamos con cuidado los detalles de su transformación, veremos que la naturaleza de bodhisattva explica mejor su desarrollo.
Recordemos que a Kyubey siempre le intrigó la causa del tremendo potencial mágico de Madoka. Tratando de explicárselo, observó cuidadosamente el fluir de los acontecimientos y llegó a una conclusión preliminar. Para confirmarla, acudió a Homura y la confrontó sin rodeos: su poder debía consistir en la capacidad de viajar en el tiempo y lo ha usado para volver, una y otra vez, para evitar que Madoka acepte su oferta. Ella no pudo negarlo.
Una vez confirmada su hipótesis preliminar, Kyubey no vaciló en construir una teoría más sólida, basada en un hecho bien conocido por ellos: el poder de una guerrera mágica es proporcional a la carga kármica que lleva consigo. Si de sus decisiones dependiera el destino de miles de personas, la carga kármica de Madoka podría explicarse fácilmente. Sin embargo, Madoka era una chica común en un entorno privilegiado. Desde luego, su carga kármica no podía ser resultado de algo esencial en ella. Ahí es donde las acciones de Homura crearon las condiciones para el potencial de Madoka: volver una y otra vez en el tiempo, con el solo propósito de evitar la fatalidad, unió diversos hilos en ese único eje. Sin saberlo, Madoka llevaba consigo la carga de varios destinos, todos trágicos y dolorosos, Esa carga, se entiende, es la misma carga kármica a la que Kyubey se refiere. Que esta noción esté tan cercanamente relacionada con el potencial mágico de estas chicas es ya un indicador de que el contexto más amplio de esta serie está suscrito a la cosmovisión del budismo.
Las bases de la transformación de Madoka en bodhisattva aparecen en el capítulo 11. En un último intento de convencerla, Kyubey la visita justo después del funeral de Sayaka. En esta ocasión Kyubey explica con mucho más detalle la función que han tenido las guerreras mágicas, no sólo en lo que toca al mantenimiento del Universo sino también al avance mismo de la Humanidad. Para él, el sacrificio de todas las chicas que antecedieron a Madoka es insignificante comparado con todos sus beneficios. Ella, en cambio, lo vio desde otro lugar: no sólo sintió compasión por sus compañeras recientemente caídas; su piedad llegó incluso a todas aquellas que no conoció, pero cuyo dolor también pudo sentir. Al expresar su deseo de borrar a las Brujas antes de que existieran, Madoka pidió que se alterase el espacio-tiempo (y, por lo tanto, la secuencia de causas y efectos) sólo para que ella pudiese ofrecer un refugio a las almas extraviadas de todas las chicas mágicas.
Así, Madoka no crea el Universo, sino que éste se reescribe a sí mismo como resultado de su Deseo, para incorporarla como un nuevo fundamento. Este nuevo orden no obedece a Madoka y su capacidad para intervenir en él es limitada: salvo por lo que concierne a su Deseo, el destino de todos los seres sintientes parece ser, más o menos, el mismo. Madoka, como tal, nunca existió. Para las chicas mágicas, sin embargo, ella es la Ley de los Ciclos, el principio que, si bien no borra sus sufrimientos, sí logra preservarlas de la desesperanza. Bajo ese orden, las chicas asumen que su destino es unirse a esa Ley una vez que hayan agotado sus fuerzas. Este arreglo tiene cierto parecido con la Promesa de Amida, uno de los principales motivos del Budismo de la Tierra Pura, uno de las escuelas más difundidas de Japón.
En resumen, Madoka no es Dios, pues no es Creadora del Universo. Tampoco es kami, como lo entiende el sintoísmo, pues no está sujeta a sus leyes. Sus cualidades corresponden mejor con los de un bodhisattva: un ser en el camino del Despertar, cuya esencia trasciende el tiempo y el espacio, y que ofrece refugio a sus compañeras, preservándolas de la muerte y la repetición.
Sin embargo, la naturaleza búdica de Madoka aún es imperfecta. La rebelión de Homura que, por otro lado, coincide completamente con su Deseo, reabre a Madoka las puertas del mundo y vuelve a posibilitar su existencia. Este devenir es notable pues, recordemos, en la tradición budista el Deseo es lo que ata a los seres sintientes al ciclo kármico. La rebelión no privó a Madoka de su naturaleza búdica pues ése es un camino sin regreso. Pero en el nuevo orden creado como consecuencia de su rebelión, Madoka está atada al Deseo.
De esta manera, Homura representa el Mal porque pese a conocer el camino del Despertar, lo rechaza para incorporar su Deseo al orden universal. Es ella quien inyecta al Universo con el pecado original, paradójicamente, motivado por el Amor.
En una frase que suele atribuírsele, Mark Twain se pregunta: Pero, ¿quién reza por el Diablo? ¿Quién, en dieciocho siglos, ha tenido la decencia común de rezar por el pecador que más lo necesitaba?
La respuesta, en esta historia, tiene nombre: Madoka.